miércoles, 1 de septiembre de 2010

LQ2 Y FINAL (WMOC y 5)

Aúno en una sola entrada la narración de lo sucedido los dos últimos días del WMOC para no alargarme demasiado en una serie que de otro modo podría resultar algo tediosa (y aunque parezca mentira este blog no quiere aburrir a nadie) y sobre todo porque tanto la segunda carrera de clasificación como la final se desarrollan en el mismo exacto terreno (dividido en dos mapas que sólo difieren, por buscar alguna diferencia, en que en el de la final la red de caminos es, quizá, algo más extensa) por lo que las sensaciones, tanto las físicas como las técnicas, son ambos días las mismas.
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LQ2 arriba y Final abajo.
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El terreno es en estos lares una suerte de vericueto que ralentiza mucho la carrera e invita al uso continuado de la amplia red de caminos. Yo no lo dudo ni lo más mínimo y siempre que puedo y la opción no es la peor los transito. Ocurre sin embargo que ni el primer ni el segundo día consigo entender el criterio de representación del cartógrafo y yerro más de lo deseable en los encabalgamientos de unos con otros.

Tampoco acierto en la lectura de la curva de nivel, actividad ésta que me obliga a consumir mucha más energía intelectual y capacidad de concentración de la que tengo y de la que resultan carreras espesas y fatigosas. Si bien es cierto que no incurro en estrepitosos fallos, no lo es menos que clavar, lo que se dice clavar, no clavo ni una baliza.

Pierdo todas mis opciones de lograr una clasificación digna en la LQ2 cuando finalizando ya mi carrera me topo de romanía con una octogenaria corredora rumana. Sé que era ochentona y del este porque así lo decía su dorsal no porque hablara ninguno de los idiomas de los que yo consigo entender algo porque, de hecho, (supongo que era rumano) sólo hablaba rumano. El caso es que la buena señora llama mi atención para rogarme encarecidamente, los gestos eran inequívocos, que le evidencie su situación. Cuando lo hago, descubre ella (su cara de pavor la delata) que anda mucho más perdida que Carracuca y se pone a llorar como una magdalena. Ya no puedo marcharme de allí sin solucionar el problema principalmente.... porque la ancianita ha hecho suyo mi brazo de tan fuerte que lo agarra. Cuando consigo ponerla en seguro camino a la meta han pasado ya casi veinte minutos desde que se inicio el encuentro. “Bueno al menos he hecho mi buena acción del día”, pienso. Y más ancho que largo retomo mi carrera.
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En resumidísimas cuentas, gran experiencia que espero poder repetir muchas veces más a partir de ahora.

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