Con mi hijo Enrique que a sus nueve
años conserva intacta la franqueza infantil pero que ya empieza “a hacerse sus
propias cuentas” y a utilizar la ironía como eufemismo, ya en la cama, en el
momento ese del beso y de las buenas noches:
(La conversación es todo lo literal
de lo que es capaz una memoria ya veterana):
-Papá, ¿Cuánto
ha durado la carrera de hoy?.
- Una hora y casi
23 minutos. Le contesto yo.
-¿Y el viaje? En
su media sonrisa ya se intuye cierta sorna.
-Entre unas
cosas y otras, doce. Concedo a sabiendas de su rumbo.
- Papá, has estado
viajando la mitad de las últimas veinticuatro horas para correr algo más de
una.
-Papá –repite sin duda para dejar claro que no quiere ofenderme- ¡¡¡¡qué loco estás!!!.
(Ambos reímos a
carcajadas).
Ya con la luz apagada,
antes de salir yo de su habitación le oigo susurrar:
-Te quiero
Papá.
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