Superado el zarandeo emocional que siempre me supone el no alcanzar siquiera a morir en la orilla, repuesto también del ajetreo deportivo, hoy ya sí, encuentro la suficiente avenencia conmigo mismo como para “literalizar” alg-o.
Andaba yo en buscar qué escribir cuando un comentario de innegable profundidad hecho por un amigo al hilo de una trama laboral que desde luego no viene al caso me ha recordado unos poderosísimos versos de José Hierro que vienen a definir con existencialista precisión, cómo sólo una obra de arte de esta enjundia podría hacerlo, la parte más cardial de la competición del pasado fin de semana.
VIDA
Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.
Grito “¡Todo!”, y el eco dice “¡Nada!”.
Grito “¡Nada!”, y el eco dice “¡Todo!”.
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.
En cuanto a la otra parte de la competición, la técnica, os cuento:
El sábado en la media, tras un posma comienzo que me dura dos controles y que viene motivado por dificultades en la comprensión de la simbología, consigo enlazar varios tramos imbuido de un contento que no sé de dónde viene pero que lo hace acompañado de la señorita concentración y que me permite avanzar, vaya, no como la electricidad, pero sí rápido y sin grandes fallos (todo se reduce a unos pocos segundos por estar un poco más abajo o un poco más arriba).
Pero como la alegría dura muy poco en la casa del pobre, el día es calurosísimo, he salido tarde, muy tarde, y el recorrido es especialmente arrítmico (o mejor dicho demasiado rítmico, subida, bajada, subida, bajada…) viene a alojarse en mis sensaciones una suerte de incomodo mareo que llegado el control número veinte, es decir, a poco del final, llega a obnubilarme de manera incompatible con una orientación precisa. El resultado son siete minutos para una baliza que no debería haber aparecido más tarde de los dos y el descenso a la zona esa de la clasificación que corresponde al que “ni es chicha ni es limoná”.
El Domingo también termino en esa zona de la clasificación pero ese día las razones (no, excusas no, razones… perdón hablaba con mi otro yo) son claras y, mal que me pese, tan tercas como irrefutables, (espero ¡ay! que no definitivamente): soy muy mal-o.
Andaba yo en buscar qué escribir cuando un comentario de innegable profundidad hecho por un amigo al hilo de una trama laboral que desde luego no viene al caso me ha recordado unos poderosísimos versos de José Hierro que vienen a definir con existencialista precisión, cómo sólo una obra de arte de esta enjundia podría hacerlo, la parte más cardial de la competición del pasado fin de semana.
VIDA
Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.
Grito “¡Todo!”, y el eco dice “¡Nada!”.
Grito “¡Nada!”, y el eco dice “¡Todo!”.
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.
En cuanto a la otra parte de la competición, la técnica, os cuento:
El sábado en la media, tras un posma comienzo que me dura dos controles y que viene motivado por dificultades en la comprensión de la simbología, consigo enlazar varios tramos imbuido de un contento que no sé de dónde viene pero que lo hace acompañado de la señorita concentración y que me permite avanzar, vaya, no como la electricidad, pero sí rápido y sin grandes fallos (todo se reduce a unos pocos segundos por estar un poco más abajo o un poco más arriba).
Pero como la alegría dura muy poco en la casa del pobre, el día es calurosísimo, he salido tarde, muy tarde, y el recorrido es especialmente arrítmico (o mejor dicho demasiado rítmico, subida, bajada, subida, bajada…) viene a alojarse en mis sensaciones una suerte de incomodo mareo que llegado el control número veinte, es decir, a poco del final, llega a obnubilarme de manera incompatible con una orientación precisa. El resultado son siete minutos para una baliza que no debería haber aparecido más tarde de los dos y el descenso a la zona esa de la clasificación que corresponde al que “ni es chicha ni es limoná”.
El Domingo también termino en esa zona de la clasificación pero ese día las razones (no, excusas no, razones… perdón hablaba con mi otro yo) son claras y, mal que me pese, tan tercas como irrefutables, (espero ¡ay! que no definitivamente): soy muy mal-o.
1 comentario:
Obra de arte la de D. José Hierro y la tuya al escribir esta crónica.
Este fin de semana el mejor-O!!
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