jueves, 2 de febrero de 2012

And the winner goes to...


Habiendo ganado este fin de semana pasado por primera vez en mi vida (empieza mi quinto año como orientador) una carrera de la liga de la Comunidad de Madrid hoy me apetecía hacer algo de alarde de esta circunstancia y publicitarla a los cuatro vientos, entre otras muchas cosas, por aquello de la vanidad, porque me ha alegrado mucho, y porque vete tú a saber cuando vuelve a ocurrir semejante cosa.

Sin embargo no quiero yo desmarcarme de la tendencia introspectiva que tiene últimamente lo más granado de los blogs de orientación (demostrando así la maravillosa inclinación de los orientadores hacia el pensamiento complejo) y por ello, en lugar de dejar una mera prosaica referencia a tan particular acontecimiento, lo trataré de interpretar desde un punto de vista más acorde con la altura de las reflexiones a las que me refiero.

Supongo que todos (generalizo sólo a efectos dialécticos, ya sé que en la práctica ca´ uno es ca´uno) buscamos en el sufrimiento, la disciplina, y el sacrificio que supone el entreno diario (que en mi caso además hay que compatibilizar con un trabajo que me ocupa doce horas diarias, y con dos hijos pequeños, y con el resto de la familia, y con el resto de quehaceres “adultos”: pago de letras, pago de facturas, pago de hipotecas...) las dos únicas retribuciones que lo compensan todo: el ejercicio de la libertad (corro porque es lo que quiero hacer)... y el bienestar inducido por una buena dosis de dopamina.

Pero, ¿nos basta como deportistas competidores que somos con el ejercicio pleno de la libertad y la dopamina para ser felices (hablo sólo de felicidad deportiva)? Seguro (¿quizá?) sí. Pero ¿a alguien le amarga un dulce? ¿no mola ver como todo ese esfuerzo, todo ese sacrificio, y todo ese sufrimiento se materializan, aunque sólo sea una puñetera vez cada lustro, en algún siquiera pequeñísimo éxito?; en puridad ¿no es ese triunfo la (imprescindible) retribución que necesita nuestra autoestima (¿vanidad?) para crecer... ¿no es la satisfacción que hace que merezca la pena continuar?.

Ufff, que espeso me ha quedado esto. Me vuelvo a lo trivial, a lo chanflón:

¡¡¡¡Viva la madre que me parió!!!! ¡¡¡¡Oeee, oe, oe, oeeee!!!!.

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