Juan, Pedro, y Luis se juntan todos los fines de semana desde hace un par de años. No son grandes amigos, pero matar el tiempo (otra cosa sería tener que compartirlo) se mata con cualquiera. Es por eso que es una reunión rutinaria, anodina, e insulsa. Todos los fines de semana son iguales, pipas, el mp3 (cada uno con su música, cada uno una distinta), tal vez unas litronas de cerveza, y una única conversación (y siempre la misma): el fútbol.
Pero el sábado sería diferente. El sábado habría, después de tanto tiempo, algo nuevo que hacer, algo distinto, algo que de verdad les entretendría. El sábado, sí, jugarían a lo mismo (hay que ver cómo une jugar a lo mismo). El sábado, sí, se divertirían. El sábado había carrera de orientación en el pueblo.
Qué juerga, qué pasada, qué de puta madre se lo debieron de pasar apedreando (piedras como puños, doy fe) a todos aquellos corredores que se acercaban a picar la baliza 22.
Pero el sábado sería diferente. El sábado habría, después de tanto tiempo, algo nuevo que hacer, algo distinto, algo que de verdad les entretendría. El sábado, sí, jugarían a lo mismo (hay que ver cómo une jugar a lo mismo). El sábado, sí, se divertirían. El sábado había carrera de orientación en el pueblo.
Qué juerga, qué pasada, qué de puta madre se lo debieron de pasar apedreando (piedras como puños, doy fe) a todos aquellos corredores que se acercaban a picar la baliza 22.
1 comentario:
Las piedras se tenían que haber revuelto hacia ell@s...
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