martes, 16 de marzo de 2010

Madre nutricia.




A la Berzosa voy con una simple y llana determinación, con un objetivo muy claro: hacer una carrera bien pensada.

En general: lo consigo.

Ahora vienen los matices:
Siguiendo los consejos que me dio quien puede darlos, comienzo despacio, “en la larga, en las primeras balizas no se gana la carrera y sin embargo es fácil perderla”. Así, al “tran tran”, la interpretación de la pintura me resulta sencilla y los dos primeros controles están allí, exactamente, donde voy a buscarlos. Eso sí dos percances por el camino, un tropezón del que resulta una buena hos... y un ligero esguince en el dedo índice (que me va a tener unos cuantos días sin jugar al tenis), y un encontronazo con un alambre espinado sin uso y rastrero que me deja un bonito recuerdo en forma de 715 en media... y pantorrilla.

La aproximación al tercer control, moderadamente alejado del segundo, y susceptible de hacerse por varias rutas, es buena. Sin embargo algo falla en los últimos metros: veo la piedra, el cortado, y el verde que hay dibujados dentro del circulo, pero como la descripción de controles indica “vaguada” y yo, en la realidad, no veo que esos mencionados elementos estén en una, me paso de largo el conjunto en la confianza de que otro muy parecido, el bueno, aparecerá más adelante. Más adelante el conjunto no aparece así es que doy marcha atrás. Es curioso, cuando llego al sitio que antes he descartado, la vaguada que recién no existía se ha hecho ahora evidente, y como no, allí está la baliza esperándome.

Camino del cuarto control, de ubicación inequívoca, coincido con uno de los buenos de mi categoría (H-40). Como los siguientes controles, cinco, seis, siete, y ocho, no ofrecen demasiada dificultad técnica, y sé en todo momento dónde estoy, me surge la oportunidad de medirme a mi competidor: voy más rápido que él en espacios abiertos pero él es más constante en las zonas más intrincadas, o lo que es lo mismo, hacemos juntos la carrera desde la cuatro hasta la nueve. Sin embargo, algo antes de llegar al noveno control donde a mi me parece que hay que dirigirse al norte, él lo hace hacía el este. Se me pasa por la cabeza seguirle porque él es el bueno y yo el malo, el va directo al control y yo me estoy equivocando, pero... afortunadamente, no lo hago. No clavo la baliza (me equivoco en el acceso) pero consigo llegar sensiblemente antes. Lo reconozco, obnubilado (se excusa mi maltrecha conciencia) por el micro éxito, toso al mismo tiempo que meto la pinza en la base para tapar el pitido y, como dicen en el cine, no delatar mi posición.

Pronto el destino pondrá las cosas en su sitio.

A la diez llego rápido y muy controlado porque la ruta que he seguido es, salvo trochas y alcorces evitando sinuosidades, todo camino. Más rápido ha tenido que ir mi rival que acuciado, me enorgullece pensar, por el reciente hachazo, llega casi al tiempo.

Y allí el segundo error (“gordito”) de la mañana: de la diez me voy a la doce. La cosa no termina en desastre (error en tarjeta) porque al poco de salir miro atrás y como donde hasta hace un momento había un tío con los ojos inyectados en sangre (... vale, sí..., exagero, pero algo de épica hay que darle a esto... ¿no?) ahora reina la nada, decido comprobar qué es lo que ha podido pasar. Tardo poco en advertir que me he saltado la once pero lo suficiente para que, camino de vuelta, esa vez en la que me cruzo con el otro, que ahora como rie el último rie mejor, sea la última vez que lo vea.

El rapidísimo final, en buena parte urbano, no tiene mucho que comentar... bueno sí... (me jacto), en los últimos controles dos de los mejores parciales son mios.

En definitiva mejor carrera en sensaciones que en resultado (si me dieran un duro por cada vez que he escrito esto...) en la que creo haber cumplido, ya lo decía al principio, con el objetivo que me había propuesto... no cagarla.

Deseando estoy que llegue ya Guadalix... (voy a correr hasta el “Model event”).

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