El retorno de la liga española o a la liga española, que nunca se sabe bien que fue primero si la gallina o el huevo, me deja, vamos a tirar de topicazo, sabor agridulce.
El tiempo sin ser bueno, tampoco es malo: el sábado llueve pero tenuemente pocos ratos y el domingo hay momentos en los que el sol puede con la fresquita brisa que corre algo acerada. Vamos que ni frío ni calor.
El terreno sin ser bueno tampoco es malo: no es el semidesierto típico levantino (tomo el concepto prestado), de hecho el verde se convierte en uno de los principales inconvenientes, pero el suelo sigue siendo duro e incómodo y bancales y sembrados no se pierden la carrera. Vamos que aquello ni es Pinto ni es Valdemoro.
La carrera, la mía se entiende, sin ser buena tampoco es mala. En la larga, el pertinaz catarro y el consecuente paroncete en los entrenamientos me impiden afrontar con la necesaria frescura los larguísimos ocho kilómetros y medio de línea rosa (aproximadamente trece sobre el terreno) y el casi medio kilómetro de desnivel en los que el trazador ha dejado un recorrido que, no hay más que echarle un vistazo al plano, transcurre sin solución de continuidad de verde en verde. Además la miopía y sobre todo el astigmatismo se hacen perfectamente incompatibles con la escala 1/15.000 (?) del plano sabático y eso añade un factor de agotamiento tanto físico como mental que terminan, sobre todo al final de la competición, por pasar factura. Aún así no lo hago mal: sólo un error “considerable” y de la mitad para arriba de la clasificación. Vamos que ni chicha ni limoná.
El catarro añade un par de puntos de intensidad al palizón del sábado y los resta en el proceso de recuperación así es que para cuando tocan las diez y tres minutos de la mañana del domingo, hora de empezar a correr la media, estoy más cerca del rigor mortis que de la aptitud física necesaria para afrontar un trazado incrustado en un terreno muy, muy duro, muy, muy glauco. Aun así no lo hago mal: ni clavo las balizas, ni fallo estrepitosamente. Vamos que seis de esto y media docena de lo otro.
Para hacer honor a la verdad no todo fue mediocre. La organización, la competición (quizá algo minúsculamente empañada por, dicen, una baliza “rara”), los bocatas de embutido utielano, el caldo utielano, unas mejor que buenas muy baratas torrijas... utielanas, fueron, todo ello, excelentes.
El tiempo sin ser bueno, tampoco es malo: el sábado llueve pero tenuemente pocos ratos y el domingo hay momentos en los que el sol puede con la fresquita brisa que corre algo acerada. Vamos que ni frío ni calor.
El terreno sin ser bueno tampoco es malo: no es el semidesierto típico levantino (tomo el concepto prestado), de hecho el verde se convierte en uno de los principales inconvenientes, pero el suelo sigue siendo duro e incómodo y bancales y sembrados no se pierden la carrera. Vamos que aquello ni es Pinto ni es Valdemoro.
La carrera, la mía se entiende, sin ser buena tampoco es mala. En la larga, el pertinaz catarro y el consecuente paroncete en los entrenamientos me impiden afrontar con la necesaria frescura los larguísimos ocho kilómetros y medio de línea rosa (aproximadamente trece sobre el terreno) y el casi medio kilómetro de desnivel en los que el trazador ha dejado un recorrido que, no hay más que echarle un vistazo al plano, transcurre sin solución de continuidad de verde en verde. Además la miopía y sobre todo el astigmatismo se hacen perfectamente incompatibles con la escala 1/15.000 (?) del plano sabático y eso añade un factor de agotamiento tanto físico como mental que terminan, sobre todo al final de la competición, por pasar factura. Aún así no lo hago mal: sólo un error “considerable” y de la mitad para arriba de la clasificación. Vamos que ni chicha ni limoná.
El catarro añade un par de puntos de intensidad al palizón del sábado y los resta en el proceso de recuperación así es que para cuando tocan las diez y tres minutos de la mañana del domingo, hora de empezar a correr la media, estoy más cerca del rigor mortis que de la aptitud física necesaria para afrontar un trazado incrustado en un terreno muy, muy duro, muy, muy glauco. Aun así no lo hago mal: ni clavo las balizas, ni fallo estrepitosamente. Vamos que seis de esto y media docena de lo otro.
Para hacer honor a la verdad no todo fue mediocre. La organización, la competición (quizá algo minúsculamente empañada por, dicen, una baliza “rara”), los bocatas de embutido utielano, el caldo utielano, unas mejor que buenas muy baratas torrijas... utielanas, fueron, todo ello, excelentes.
1 comentario:
After-o , me viste fallar como un cebo, q deshonra... :(
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