Pues no. No estaba convenientemente repuesto de mi lesión de tobillo.
Ya el viernes, de paseo por el plano de demostración, noto molestias pero las ignoro esperando que sean lógica consecuencia del tiempo de inactividad y confiando en que se quedaran en, simplemente eso, molestias.
Desafortunadamente, no es así. En la media del sábado, ya desde el primer momento el desagrado pasa a convertirse en dolor que sólo consigo hacer soportable rebajando el ritmo de carrera a mínimos incompatibles con la competición. Afortunadamente la carrera es corta y el terreno blando, así es que la tortura (por el padecimiento, por la impotencia, por la falta de competitividad) dura poco.
La desazón no llega a ser tanta como para impedirme advertir la bondad del magnífico terreno que pisoteamos, pero si la suficiente para evitar que consiga disfrutar de sus cinco estrellas.
Al terminar la carrera la inevitable pregunta ¿y mañana que?.
El domingo la dehesa de Navalcán amanece convertida en El Bulli, en la pista central de Wimbledon, en el trampolín de Garmisch-Partenkirchen, en el Taj Majal, en el paraíso de la orientación. ¿Alguien renunciaría a conducir un Fórmula I por tener un orzuelo en el ojo, a cenar con Marylin Monroe por tener dolor de estomago, a que le fuera desvelado el sentido de la vida por el temor a que no fuera el esperado?... yo no.
Así es que, irresponsable de mi, salgo.
No empiezo demasiado mal, el dolor es soportable, pero los kilómetros no pasan en balde y ya en el sexto control después de mucha media ladera la tarea se me hace insufrible. Apretar los dientes y encomendarme a la épica deportiva me permiten mantener un ritmo bajo pero aceptable hasta la décima baliza en cuya salida sufro un traspiés que no me provoca la torcedura del tobillo malo porque lo llevo poco menos que escayolado pero que me deja claro que estoy jugando con fuego. Allí se pone el semáforo en ámbar. En rojo apenas un poco más tarde: la bajada por el caos de piedra paso obligado para salvar la presa evidencia que no es ese el sitio en el que debería estar.
Así es que, ¿qué decir?, no he podido disfrutar del grandioso Navalcán, sigo lesionado, el premio gordo del euromillones se me resiste y he de trabajar: hoy, más que nunca, el lunes se parece al infierno...
Ah bueno sí, algo muy positivo, Elisa empieza a leer correctamente las curvas de nivel... ¡Ona, Ana, Alicia, Carla, Nadine, temblad... temblad!.
Ya el viernes, de paseo por el plano de demostración, noto molestias pero las ignoro esperando que sean lógica consecuencia del tiempo de inactividad y confiando en que se quedaran en, simplemente eso, molestias.
Desafortunadamente, no es así. En la media del sábado, ya desde el primer momento el desagrado pasa a convertirse en dolor que sólo consigo hacer soportable rebajando el ritmo de carrera a mínimos incompatibles con la competición. Afortunadamente la carrera es corta y el terreno blando, así es que la tortura (por el padecimiento, por la impotencia, por la falta de competitividad) dura poco.
La desazón no llega a ser tanta como para impedirme advertir la bondad del magnífico terreno que pisoteamos, pero si la suficiente para evitar que consiga disfrutar de sus cinco estrellas.
Al terminar la carrera la inevitable pregunta ¿y mañana que?.
El domingo la dehesa de Navalcán amanece convertida en El Bulli, en la pista central de Wimbledon, en el trampolín de Garmisch-Partenkirchen, en el Taj Majal, en el paraíso de la orientación. ¿Alguien renunciaría a conducir un Fórmula I por tener un orzuelo en el ojo, a cenar con Marylin Monroe por tener dolor de estomago, a que le fuera desvelado el sentido de la vida por el temor a que no fuera el esperado?... yo no.
Así es que, irresponsable de mi, salgo.
No empiezo demasiado mal, el dolor es soportable, pero los kilómetros no pasan en balde y ya en el sexto control después de mucha media ladera la tarea se me hace insufrible. Apretar los dientes y encomendarme a la épica deportiva me permiten mantener un ritmo bajo pero aceptable hasta la décima baliza en cuya salida sufro un traspiés que no me provoca la torcedura del tobillo malo porque lo llevo poco menos que escayolado pero que me deja claro que estoy jugando con fuego. Allí se pone el semáforo en ámbar. En rojo apenas un poco más tarde: la bajada por el caos de piedra paso obligado para salvar la presa evidencia que no es ese el sitio en el que debería estar.
Así es que, ¿qué decir?, no he podido disfrutar del grandioso Navalcán, sigo lesionado, el premio gordo del euromillones se me resiste y he de trabajar: hoy, más que nunca, el lunes se parece al infierno...
Ah bueno sí, algo muy positivo, Elisa empieza a leer correctamente las curvas de nivel... ¡Ona, Ana, Alicia, Carla, Nadine, temblad... temblad!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario