lunes, 30 de agosto de 2010

DYM

Interrumpo la serie de entradas que últimamente vengo dedicando al Campeonato del Mundo de Veteranos de este año para contar un poco, todo sería imposible, de lo que se ha cocido en el Campamento de Orientación de Verano que como parte del programa Deporte y Mujer del Consejo Superior de Deportes y auspiciado desde la FEDO se ha disfrutado (y mucho) en los incomparables y fresquitos montes del estrictamente soriano Navaleno (si bien una de las jornadas se traslada al burgalés y apacibilísimo paraje de la Ermita de Revenga).

Creo de justicia, porque creo que es de bien nacidos ser agradecido, reconocer, muchas gracias a todos, a los organizadores (la FEDO se personaliza en los abnegados Marta Armisén y Jesús de Miguel) a la Directora del Curso (la amabilísima y valiosísima Esther Gil), y a todos los que con ellos han colaborado: Roger Casal (¡¡qué lujo contar con alguien de su talento deportivo y personal!!), Jesús Gil, Mónica Jiménez, Alicia Cobo, Rosa Ana Samper, Belén Megias, José Samper, Ferran Santoyo, Mario Vidal, Alicia Blanch, y todos los que me pueda dejar porque cito de memoria), el enorme esfuerzo que han hecho para que todas las participantes y quienes las acompañábamos pudiéramos hacer deporte, que ese es el principal objetivo de la causa, y de paso aprender, decir perfeccionar sería al menos en mi caso muy pretencioso, algo de técnica.

El largo fin de semana empieza la tarde del viernes (...como viene siendo habitual desde que se instauró el calendario gregoriano) con un completo entrenamiento (seguir la línea, pasillos, sólo rumbo, sólo curva...) que resulta muy provechoso aunque, mirando a los más inexpertos, demasiado exigente en lo técnico.

Mapa de entrenamiento del grupo de nivel medio.

En este primer entreno me esfuerzo sobremanera en seguir rigurosamente el trabajo que los expertos nos proponen bajo una pauta muy clara: olvidarse de correr y centrarse en ... entrenar (la idea básica, el leiv motiv del fin de semana). Termino la instrucción sintiendo el inmenso placer que provoca el hacer las cosas bien.

El sábado a las nueve de la mañana ya estamos poniendo las furgonetas rumbo al edén de Revenga donde simularemos una carrera de distancia media por la mañana y practicaremos un entrenamiento de relocalización por la tarde. En el interín: paella, arroz con boletus, un poquito de cerveza o de vino con gaseosa, helado al corte (sí, sí... helado al corte), café, una siesta junto a charca de las ranas (y que su croar disimule algún ronquidillo), visita a la necrópolis y a la casa de la madera, y charla técnica para analizar los dos primeros entrenamientos.

La nocturna llega el mismo sábado por la noche (sí, ... soy un cachondo). Y os cuento. El bosque da miedo, el bosque por la noche da más miedo aún, una carrera por el bosque de noche da muchísimo miedo. Así es que, lógico, la gente si tiene libertad para elegir los puntos de control y los itinerarios (cómo la tiene en este caso) tiende a ir dónde más acompañada se sienta. Así, se forman reguerillos de luciérnagas que son muy cómodos pero que restan mucho valor técnico al entrenamiento. Como yo no quiero perder ese valor decido “huir” de los corrillos y excursionar hacía las balizas menos apetecibles, es decir, las más alejadas, las más inmersas en el bosque. Allí estoy, en la profundidad del soto, cuando ajustando el enfoque de mi frontal se me abre la carcasa donde se alojan las pilas, que caen al suelo, y me quedo tan a oscuras como el cerebro de Belén Estebán y, lo digo sin paños calientes, tan acojonado como un niño pequeño...

y claro... los animales salvajes son capaces de oler el miedo...

El milagro se produce: encuentro las pilas (eso sí después de un cuarto de hora buscándolas) y los que es más sorprendente, consigo ubicarlas de nuevo y correctamente en el frontal... Se hizo la luz.

El Domingo simulamos una larga, muy larga, por la mañana (por diversas circunstancias, puede que este haya sido el entrenamiento más provechoso que haya hecho yo en mi vida –O) y por la tarde nos dedicamos a la simplificación. Entre entrenamientos, un plato de macarrones con tomate que no se lo salta un torero, la mejor cinta de lomo del mundo (eso dicen mis hijos), helados, café, agua (que luego hay que conducir) y mucho sueño (no hay tiempo para la siesta).

Hoy, los afortunados que hayan podido quedarse allí porque no trabajen, o lo que a estas alturas quede de ellos, estarán en Playa Pita haciendo unos relevos.

Lo dicho, gran, muy provechoso... y agotador (me duelen hasta las cejas) fin de semana.

2 comentarios:

Gacela dijo...

Tras esto me da mucha lástima no haber ido! Menos mal que mañana compenso con un entrenamiento de 3horas en Peguerinos!!

Entrena fuerte y nos vemos en Barbate!

After-O dijo...

La representación de los Martín De los Rios asistente dejó el listón muy alto corriendo y... cantando.