Y aquí me hallo, intentando alargar el pasado a sabiendas de que, como ya dijo antes que yo el poeta, jamás se debería volver al lugar dónde una vez se fue feliz; empezando a resistir los embates de un incipiente tardío otoño a la espera de qué, ay misero de mi, y ay, infelice, cese la caída de la hoja; buscando, como sólo lo saben hacer los marineros viejos, el más ínfimo soplo de viento; algo cansado, sí, algo cansado; ¿rendido? no, rendido nunca.
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