El bosque en Villar del Horno,
templado a fuer de quejigo y pino, repele el álgido viento que llega al campo
sin duda desde el septentrión. Resguardados así del frio disfrutamos más de un
terreno, hendido con saña de torrenteras, que se goza tanto por bello como por festivo.
Cuando la visibilidad es buena, el dibujo, muy bien pintado, exacto y concreto,
permite carreras apresuradas y precisas, que sólo aminoran allí donde se
enredan las piernas, allí donde abunda el esparto. Cuando desaparece el bosque,
el cierzo de moderado a fuerte, con rachas de muy fuerte, que sopla rolando a componente
oeste, acuchilla la labranza, moteada todavía de estrellitas de hielo, que a
pesar de estar en Cuenca la noche ha debido de ser toledana, dificultando la
discreción del entendimiento y el normal pulso vital (pero favoreciendo por contra
la cristalización de la piel). El taimado trazador propone un recorrido de esos
de ida y vuelta, en este caso impuesto por la disposición del plano y la configuración
terrenal, en el que se anudan interesantes compromisos técnicos sin que elegir
ruta entrañe suficiente brete como para provocar lamentos, y demuestra inteligencia al mantener el interés en el mapa donde éste no da para extravíos (para desvaríos
da cualquier mapa), por mor de un score facilillo o facilorro y por ende, divertido.
Quedo, que es de bien nacido ser
agradecido, eternamente en deuda con un gobierno (COMCU) que desde que llego (incluso desde el día antes) hasta
que marcho me lo pone mucho más que fácil para conciliar la carrera de dos
veteranos con la de dos infantes y el cuidado de una persona severamente
impedida facilitándome cobijo, calor, y cariño, y atendiendo a la ilusión de
los peques con una medalla que nos entregan a nosotros pero que se merecen ellos (la organización).
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