Habiendo ganado este fin de
semana pasado por primera vez en mi vida (empieza mi quinto año como
orientador) una carrera de la liga de la Comunidad de Madrid hoy me apetecía
hacer algo de alarde de esta circunstancia y publicitarla a los cuatro vientos,
entre otras muchas cosas, por aquello de la vanidad, porque me ha alegrado
mucho, y porque vete tú a saber cuando vuelve a ocurrir semejante cosa.
Sin embargo no quiero yo
desmarcarme de la tendencia introspectiva que tiene últimamente lo más granado
de los blogs de orientación (demostrando así la maravillosa inclinación de los
orientadores hacia el pensamiento complejo) y por ello, en lugar de dejar una
mera prosaica referencia a tan particular acontecimiento, lo trataré de
interpretar desde un punto de vista más acorde con la altura de las reflexiones
a las que me refiero.
Supongo que todos (generalizo
sólo a efectos dialécticos, ya sé que en la práctica ca´ uno es ca´uno)
buscamos en el sufrimiento, la disciplina, y el sacrificio que supone el
entreno diario (que en mi caso además hay que compatibilizar con un trabajo que
me ocupa doce horas diarias, y con dos hijos pequeños, y con el resto de la
familia, y con el resto de quehaceres “adultos”: pago de letras, pago de
facturas, pago de hipotecas...) las dos únicas retribuciones que lo compensan
todo: el ejercicio de la libertad (corro porque es lo que quiero hacer)... y el
bienestar inducido por una buena dosis de dopamina.
Pero, ¿nos basta como deportistas
competidores que somos con el ejercicio pleno de la libertad y la dopamina para ser felices (hablo sólo de felicidad deportiva)? Seguro (¿quizá?) sí. Pero
¿a alguien le amarga un dulce? ¿no mola ver como todo ese esfuerzo, todo ese
sacrificio, y todo ese sufrimiento se materializan, aunque sólo sea una puñetera
vez cada lustro, en algún siquiera pequeñísimo éxito?; en puridad ¿no es ese
triunfo la (imprescindible) retribución que necesita nuestra autoestima (¿vanidad?)
para crecer... ¿no es la satisfacción que hace que merezca la pena continuar?.
Ufff, que espeso me ha quedado
esto. Me vuelvo a lo trivial, a lo chanflón:
¡¡¡¡Viva la madre que me
parió!!!! ¡¡¡¡Oeee, oe, oe, oeeee!!!!.
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